Tiempo estimado de lectura: 6 minuto(s)
Este artículo fue publicado originalmente en Revista Perfil en Diciembre del 2015.
La mente y el corazón… en apariencia, dos ámbitos separados. Dos modos de ver las cosas. Dos influencias internas. Dos enemigos en eterna pugna. Uno, dicen los conocedores, piensa. El otro… siente. Deseo hoy demostrarles cómo mente y corazón deben trabajar al unísono, en sintonía, acompasados, si lo que realmente queremos es alcanzar ese estado de equilibrio que todos anhelamos: llamémosle PAZ, FELICIDAD o como ustedes quieran.
“Yo se que no me conviene“, por mucho, la confesión que más he escuchado en la consulta. “Mi familia me lo dice, mis amigos me lo dicen, el horóscopo me lo dice, mi anterior terapeuta me lo decía, la señora que habla con los ángeles también me lo dijo… pero no puedo dejar a esa persona“. Acto seguido, inician una larga descripción, la cual incluye, de modo pormenorizado, todos los defectos de la persona en cuestión. Allí -siempre lo he pensado- más que convencerme, están tratando de convencerse a sí mismos. Lo repiten y lo repiten, como mantrams o letanías (dependiendo del sistema de fe en que confíen), deseando, en cada nueva repetición, lograr el nivel de fuerza requerido para desapegarse. La lógica utilizada parece ser la siguiente: “si logro convencerme, podré dejar a esa persona que tanto daño me genera“.
Algunas sesiones después, muchas personas sucumben ante la desesperación. Deciden no continuar luchando con el influjo de ese hechizo que les impide terminar con su pareja de turno. Se sienten derrotados. Se autodiagnostican: CODEPENDENCIA. En estos casos, el diagnóstico, más que una respuesta, se convierte en una condena. De acá en adelante, inicia un largo via crucis de días buenos y días malos. Encuentros agradables y pleitos de cantina. Mensajes de texto amorosos y correos denigrantes. Momentos de tranquilidad, seguidos de temporadas de tristeza y desasosiego.
¿Por qué no logran terminar una relación, cuando, a todas luces, el saldo demuestra una escandalosa cifra en números rojos? ¿Por qué algunas relaciones amorosas nos recuerdan la relación del adicto con su droga? Las razones pueden ser muchas: incapacidad de estar solos, carencias afectivas, inseguridad, baja autoestima, etc. Lo que no suele tomarse en cuenta es la fuerza de lo corporal. Procedo a explicar…
Las personas suelen creer que nuestros recuerdos están formados únicamente de imágenes, los cuales probablemente se almacenan en algún rincón de nuestro cerebro. No hay duda de que nuestros recuerdos se apoyan, en muchas ocasiones, de registros visuales. Sin embargo, no todos nuestros recuerdos fueron producto de nuestra vista. Me refiero a nuestra memoria sensual/emocional. Si la vista genera memoria, así el resto de nuestros sentidos: olfato, oído, tacto y gusto.
Cuando has compartido con una persona, empezás a registrarla corporalmente. Así como la recuerdo visualmente, la recuerdo olfativamente, auditivamente, gustativamente y a nivel de piel. Cada uno de nuestros sentidos crea cientos de recuerdos, los cuales van fortaleciendo mi conexión con esa persona. Muchos estudios demuestran, por ejemplo, que los seres humanos nos sentimos atraídos, de entrada, por razones olfativas. Es que somos animales, no lo olvidemos. Nuestras mezclas hormonales despiden olores particulares. La tristeza huele, la alegría huele, el miedo a que nos deje el tren huele, la urgencia sexual huele, etc.
Auditivamente sucede lo mismo. Si tu anterior pareja era una persona silenciosa y tu nueva relación no, llegará el momento en que extrañarás el silencio. Quizás no lo notés de modo consciente, pero podrías empezar a sentirte molesto por el ruido de tu pareja. Esa molestia podría estarse motivando por el recuerdo de tu pareja anterior. Pareciera que extrañás el silencio. Es solo que no solo extrañás el silencio. Extrañás el silencio que generaba alguien en particular.
Y a nivel gustativo y palpable, ¿tengo que ofrecer ejemplos? Cuando una pareja ha compartido el ámbito de la intimidad, y si esos encuentros suelen ser placenteros, el cuerpo de cada uno de ellos se habitúa al ritmo, a la forma, a la presencia del otro. Las caricias y el sabor de la otra persona quedan registradas en el cuerpo, y por ende, en la mente (los más metafísicos dirán “en el alma”). La explicación que usted no encuentra en el libro sobre decepciones amorosas se encuentra en el cuerpo: en la piel, en los sentidos, en las hormonas, en el cerebro.
Alguien en este momento piensa: “entonces ¿qué hago?”. “¿Caerle encima a estos recuerdos con experiencias creadas con una nueva pareja?”. Mejor no. Esas memorias hay que reacomodarlas. Hay que restarles potencia emocional. Se toman del lugar donde están y se colocan en un lugar donde molesten menos. Donde incomoden menos. Donde se sientan menos. Se respeta el duelo… se acepta la realidad.