Es terapia, no juicio.

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Este artículo fue publicado originalmente en Revista Perfil en Julio del 2018.

Primer acto: Se abre la puerta (del edificio): aparece una primera persona. Por lo general, emocionada y/o enojada. Luego, de entre las sombras, se divisa a lo lejos una segunda persona. Esa, suele obsequiar(me) 2 actitudes: podría ser una especie de criatura asustadiza y culpable o, un orgulloso ser, el cual, con su sola expresión facial, me ofrece un: ”estos psicólogos y sus cuentos”. Se cierra la puerta. La cierro yo, en realidad.

Segundo acto: Se abre la puerta (de mi consultorio): uno de los dos miembros de la pareja se sienta próximo a mí. Al dirigirme la mirada (el otro no deja de ver hacia el suelo), esa persona más o menos me transmite algo así: ”ese que está sentado más lejos, es al que tenemos que tirarle”. El otro (o la otra) si pudiera, se sentaría en la oficina de a la par. En realidad, si realmente pudiese elegir, ni siquiera estaría ahí. Cierro la puerta del consultorio. ¿Cómo se llama la obra? Ahorita les digo.

Yo llegué a la terapia con parejas de un modo “casual”. Realicé una investigación en el 2007, ya que deseaba comprender por qué un porcentaje considerable de la consulta tenían problemas en el departamento de “relaciones y afines”. La investigación obtuvo cierto grado de reconocimiento y gracias a eso me convertí en un terapeuta de relaciones.

Rápidamente me llamó la atención algo al recibir a las primeras parejas: parecía que solo uno de los dos quería realmente estar allí, en la consulta. El otro -la otra- estaba ahi a la fuerza. Entonces, por lo general recibo a dos personas: uno quiere recibir ayuda y el otro quiere que le ayuden a huir del consultorio. Esto nos genera un problema. Nos encontramos 3 personas en esa oficina: uno desea ayudar -yo-, otro desea ayuda -el que pensó en buscarme- y otro desea estar en cualquier lado menos allí. 2 de 3 no es suficiente. Las probabilidades de lograr NADA son altas. Convencer a esa tercera persona de la importancia de estar allí requiere de un proceso de educación el cual, al menos yo, no me siento interesado en llevar a cabo. Yo quería ser psicólogo, no orientador de colegio.

Aprovechando que estamos ahí reunidos, debemos determinar por qué nos reunimos. Por lo general recibo algo así: ”estamos aquí para que LE ayude a este que me hizo esto”. Yo, dependiendo de qué tan tenso siento el entorno, suelo intercalar esta pregunta: ”si el que le hizo esto es el problema, qué está usted haciendo aquí?”. ¿Lo entienden? ¿Por qué hay 3 personas en el consultorio si solo requerimos a 2: el terapeuta y el que cometió el ultraje?

He escuchado personas confesando: ”yo vine, no porque necesite ayuda, sino porque si no vengo, no viene mi pareja”. Eso, para mis tímpanos, sigue siendo una confesión inocente y sospechosa a la vez. Lo que sucede, según mi experiencia es que la parte agredida trajo a la otra parte a rastras para que alguien le demuestre al otro que tiene que sentirse culpable por lo que hizo. Pero eso no alcanza para objetivo terapéutico.

Entonces, si la terapia en pareja no es un espacio para caerle encima al “ofensor”, ”¿para qué carajos sirve?”. Pues bien, es un espacio para aprender a estar en el presente. Esto lo digo a propósito de las parejas que me piden ayudarles a recobrar lo que un día fueron -o tuvieron-. ”Eso”, les confieso, ”es materialmente imposible”. Ni ustedes son los del pasado, ni yo tampoco. Querer re-vivir el pasado es señal de apego y poco realismo.

Alguien, en este momento, lee esto y piensa: ”esto que ofrece este tipo está genial. Eso es justo lo que quiero: que mi pareja deje de sentir lo que le hice en el pasado”. No, usted no ha entendido nada de lo que he planteado. Si hizo algo en el pasado que dañó a alguien y, la persona dañada no puede -o no quiere- perdonarle, es usted el responsable de que lo hayan traído a terapia. Será mejor que usted busque ayuda para descubrir por qué hizo lo que hizo y, sobre todo, entender que la otra persona no está obligada a perdonarle.

La terapia -sea individual o en pareja- es un espacio de crecimiento. Es un espacio para crear. El consultorio se convierte en un taller de creatividad. Entre los tres, debe buscarse el bienestar de los dos miembros de la pareja. Que inventen cosas nuevas. Que sean originales. Que se olviden del pasado. Estamos en el presente. Menos fantasías y más realidad. Y claro está, no gasten tiempo de terapia buscando culpables. Es un consultorio, no un juzgado.

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