Integrar, transformar, sanar.

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Diseccionar a un ser humano en dos partes, resultando de esta intervencion el divorcio entre el cuerpo y la psique, solo se justifica para fines de investigación. No somos un cuerpo y una mente. Somos un ser que cuenta con un cuerpo y una serie de contenidos internos, los cuales, espero que nadie lo dude a estas alturas del siglo XXI, inciden directamente sobre el cuerpo (y viceversa, lo cual es también innegable).

En el siglo XVII, en pleno movimiento renacentista, surge una propuesta que al día de hoy continúa dándonos problemas. El genio francés Rene Descartes, un verdadero héroe del pensamiento filosófico, propone una división, con miras a comprender la realidad, altamente sugerente y también, por qué no, para su época, muy controversial. Según él, todo lo que existe está formado de 3 sustancias:

  • materia
  • mente
  • Dios.

Era un momento histórico particular. El secularismo había ganado mucha fuerza, producto de los siglos precedentes en los que, al menos en occidente, no se veía muy claro donde terminaba la filosofía y donde iniciaba la teología (periodo escolástico). “Dios” pasó a ser parte del inventario de las supersticiones. La mente aún estaba sospechosamente emparentada con aquella otra entelequia a la que llamaban “alma”. Lo único realmente estudiable y por ende importante era la materia. El ser renacentista ya no quería creer… quería observar, medir, tocar, oler. Dios y la mente, como podrán imaginar, se convertían en objetos problemáticos.

La medicina (en tanto saber científico) se volvió testaferro de la materia, del cuerpo. La mente se le dejó a los filósofos (la psicología aún no existía como rama del saber y mucho menos como profesión). Dios fue desterrado…

Hoy en día, muchos siglos después, aún seguimos lidiando con la materia, seguimos lidiando con la mente y seguimos lidiando con Dios (con su presencia y con su ausencia). Ya no pensamos lo que pensaban en el siglo XVII, pero aún no terminamos de encontrar esa fórmula gracias a la cual vencer nuestros malestares. La psicología, al menos como yo la entiendo, debe sentirse socialmente convocada. No es la -única- responsable, pero es una de las responsables.

Clínicamente hablando, he encontrado, a lo largo de los años, un modo de comprender la salud, considero yo, útil, a la hora de “medir” los grados de bienestar de un ser humano. Me refiero a la visión integral. Diferentes autores, no solo dentro de la psicología, vienen llamando la atención sobre la importancia -la urgencia- de empezar a ver todo como parte de un sistema que busca integrarse. Si tuviera que mencionar al más prominente, creo que no exagero si menciono el nombre de Ken Wilber (sobre él volveré en próximas publicaciones).

El colega norteamericano Ken Wilber.

Su modelo teórico es todo menos sencillo. Es por esto que he tenido que simplificar un poco las cosas, con el fin de volverlas más fáciles de transmitir a mis consultantes. Procedo.

Pienso un ser humano en busca de integración, lidiando con 4 dimensiones: la física, la psicológica, la mental (o espiritual) y la social (le recuerdo al estimado lector que no estoy intentando ni emular ni menos aún resumir la obra de Wilber. Es una simple lectura personal con fines eminentemente clínicos).

Dentro del ámbito físico privilegiaría 3 ámbitos: la alimentación, el ejercicio físico y el sueño (cada uno de estos niveles merece al menos una publicación particular, la cual espero concretar en un futuro cercano).

El universo de lo psicológico es aquel en el que surgen nuestras conductas y comportamientos, pero además nuestras ideas, nuestros sueños, nuestros miedos, nuestras emociones.

Dentro del mental (no utilizo el término “espiritual” ya que me parece un concepto de alto vuelo), estaríamos en presencia de eso que aporta vida a nuestra existencia. Suelo pensarlo como la base sobre la que se sienta eso que llamamos “lo psicológico”. Le precede y a su vez le da sustento (solo como dato curioso, cada vez que los budistas tibetanos mencionan la dimensión de la mente, señalan la parte donde se encuentra físicamente nuestro corazón).

El universo de lo social contiene nuestra dimensión familiar, la relativa a nuestras relaciones (amorosas y amistosas) y la correspondiente a nuestro desempeño intelectual, sea este a través del estudio y/o el trabajo.

No creo en el balance total. Me parece inocente pensar en alguien cuyos ámbitos se encuentren perfectamente afinados. Por experiencia sabemos que muchas veces nos concentramos en un área, solo para descubrir que otra se ha desordenado. Y eso es vivir, no es necesario dramatizar.

Fantasías aparte, considero que este constante trabajo en pos de integrar indefectiblemente nos transforma. Se parece mucho al proceso alquímico al que se referían los místicos e investigadores de la antigüedad. Transmutar, promover la metamorfosis, empujar procesos evolutivos. Y, gracias a estos, alcanzar mayores niveles de sanación. Sí, de sanación. Que no nos de miedo pronunciar dicho término. Eso es lo que todos andamos buscando, terapeutas, consultantes y no consultantes. Todos deseamos sanar. Estar mejor. Sufrir menos. Vivir más.

Finalizo -por el momento- con algo que quizás parezca de entrada una contradicción. Todo este esfuerzo de integración, de alquimia, de transformación, según el psiquiatra suizo Carl Jung, nos debe llevar al nivel que él llamaba de “individuación”. Integramos y transformamos, y al activar estas fuerzas sanamos. Sanamos con el único proceso de alcanzar la individuación, de volvernos, como alguna vez dijo Alejandro Jodorowsky, en quienes realmente somos.

Es que si no llegamos a ser quienes somos, habremos vivido una mascarada toda nuestra vida… una muy lúgubre.

Allan Fernández, orientador filosófico / Podés seguirme a través de Instagram y Facebook o suscribirte a mi boletín quincenal.

La ilustración procede del artista Michael Garfield. Si desean adentrarse en su propuesta, pueden accesar este enlace.

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