El acompañamiento emocional a distancia, ¿es posible?

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Negar el impacto de la tecnología en estos momentos es poco menos que ridículo. No parece que haya forma de pensar el hoy sin todos los aparatos que nos acompañan a diario, sea en nuestra mano o en nuestro maletín o bolso.

Desafortunadamente, también nos acompañan síntomas y malestares que, al igual que la tecnología, pareciera que continuarán acechándonos: depresión, ansiedad, miedos (los reales y los infundados), conductas autodestructivas, etc.

La psicoterapia, tal como la conocemos hoy en día, nació como una reacción. Según mi opinión (no pido que sea aceptada), fue gracias a Freud que contamos con métodos de acompañamiento “alternativos” respecto a lo que la medicina -en general- y la psiquiatría -en específico- suelen ofrecer. Darle un lugar a la palabra bien podría ser considerado un acto de irreverencia médica. Hablar de aquello que no nos permite sentirnos bien ha mostrado generar beneficios (no en toda ocasión, sobra aclararlo). “Talking cure“, como le señaló una paciente al mismo Freud. Convertir el dolor en texto y este en posibilidades de equilibrio -parcial-. Un poco más de un siglo desde ese momento histórico y aún existimos personas comprometidas con este modo de aliviar, acompañar y promover estrategias de mejoramiento existencial.

Pero “no solo de hablar se cura el hombre“, si me permiten parafrasear el fragmento bíblico (Mateo 4:4). Si la enunciación de aquello que nos impide sentirnos mejor no nos abalanza hacia alguna decisión, alguna acción, nos quedaremos en el -muy básico- nivel de la catarsis, del desahogo. Estaremos creando un círculo en el que, en algún momento, ni siquiera la palabra nos aportará consuelo. La palabra también se agota…

En términos macro, me parece que los profesionales en salud mental no hemos hecho el esfuerzo necesario por llegar a más personas deseosas de recibir algún tipo de guía emocional. Quizás por mi formación en acompañamiento terapéutico (figura prominente en ciertos países avanzados en salud mental, allá por los noventas), nunca he dudado que el consultorio no es suficiente. Siempre se podría hacer más en términos clínicos.

Pues bien, y si volcamos nuestra atención al poder de conexión de la tecnología? En realidad, desde hace más o menos tres décadas (en el marco de la movilización militar conocida como “Desert Storm”, en la cual el gobierno de los Estados Unidos inició un programa de atención a través de video-llamada a sus soldados apostados en Oriente Medio), se viene promoviendo el uso de canales de comunicación a distancia para accesar a personas que no cuentan con la posibilidad de trasladarse a sitios donde se brinde atención psicológica (recientemente el gobierno mexicano, en conjunto con una de sus principales universidades. puso en marcha un programa muy exitoso de atención a distancia). Mucho se discute si podemos llamarle “terapia” a eso que termina sucediendo. Encontraremos proponentes y adversarios. Particularmente no deseo internarme en esa discusión semántica/metodológica, la cual encuentro interesante, pero quizás no necesaria, al menos para los alcances de esta publicación.

Recuerdo un estudio que me hizo interesarme en el acompañamiento a distancia. En él, se lograba observar cómo los alcances de atención psicológica en personas diagnosticadas con depresión, no difería entre los que fueron atendidos presencialmente y los que recibieron la atención a través de un sistema computarizado. Si desean leerlo, pueden acceder a este enlace. Les comparto además una nota periodística muy interesante y seria -por las bases de información accesadas- a este respecto.

Romanticismos aparte, cada día las posibilidades de trasladarse serán más reducidas. Es quizás aquí donde el acompañamiento y/o asesoría a distancia cobra su valor y relevancia. Pero no solo lo pienso en términos de comodidad. Les propongo este escenario: una persona inhabilitada temporalmente por sus constantes -e imprevistos- ataques de pánico y crisis de ansiedad. Yo mismo he recibido personas en consulta que prácticamente mueren emocionalmente en la sala de espera, contrariados por el encuentro que estamos a punto de sostener. Esas personas, lo digo con el mayor de los respetos, están sufriendo innecesariamente. ¿Por qué aseguro esto? Es una cuestión de sentido común, me parece a mí. Si esas personas pudieran ser acompañadas -a distancia- en su habitación o en algún espacio físico que consideren seguro o calmante (en compañía, por ejemplo, de su mascota), no tendrían que enfrentarse al pesado ejercicio de desplazarse, sea gracias a su vehículo personal (o peor aún, teniendo que accesar un servicio de transporte público) y luego sostener una reunión con alguien que, más allá de su deseo honesto de ayudar, podría fomentar, al menos temporalmente, una sensación de estrés contraproducente.

El beneficio más inmediato del acompañamiento a distancia es justo ese. Bien conducido, por profesionales debidamente formados, le permitirá a esa persona mantenerse en un espacio que le brinde seguridad, lo cual sin duda redundará en un potenciador de bienestar, no solo para el proceso de acompañamiento mismo, sino para la persona que solicita la intervención del profesional en salud mental.

Puedo asegurar que mi experiencia como acompañante a distancia ha sido más que satisfactoria. Es que no olvido aquello que prometí perseguir al recibirme de la facultad: llevar consuelo y ayuda a todo aquel que lo requiera. Pues bien, en pleno siglo XXI contamos con la oportunidad de llegar a más personas deseosas de superar sus malestares y parálisis emocionales. La tecnología, como todo lo que existe, está basado en una polaridad: cuenta con un aspecto oscuro y con uno benéfico. Dependerá de nosotros qué lado promover.

Sirva esto como una incitación a toda aquella persona deseosa de ser acompañada y que no ha encontrado cómo lograr dicho servicio, sea por cuestiones geográficas, sea por la precariedad de su estado emocional actual.

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