El buen matrimonio

Tiempo estimado de lectura: 7 minuto(s)

¿Estamos los seres humanos realmente completos? Francamente, lo dudo. De ser así, no tendríamos que desear nada. Bastaría ser quienes somos y contar con lo que contamos para alcanzar ese tan deseado nivel de felicidad que todos, consciente o inconscientemente, andamos persiguiendo. Desear -es la primera idea que deseo dejar sentada hoy- es señal de incompletud. Así como no se puede desear lo que ya se tiene, no tendríamos que desear si ya conseguimos el mítico nivel de completud, el cual, según mi opinión, queda vedado para todo Homo Sapiens. Al humano, siento afirmarlo, siempre le falta algo. Su experiencia vital así lo indica.

Ahora, ¿significa eso que siempre sufriremos? Depende de los lentes que nos coloquemos. El budismo por ejemplo asegura que hasta que no hayamos conseguido desapegarnos -totalmente- continuaremos sufriendo. El filósofo alemán Arthur Schopenhauer (estudioso del budismo) estaba convencido que alcanzar lo que deseamos nos sumirá, siempre, en un estado de apatía, ya que eso que conseguimos sólo nos ilusiona algunos momentos. Jacques Lacan -psicoanalista francés- afirmaba que aquello que deseamos no existe y ni siquiera sabemos qué exactamente andamos buscando, así que las posibilidades de alcanzar la plenitud están, para todos, prácticamente desechadas. Ya lo ven, el panorama -filosóficamente hablando- no es demasiado halagüeño.

El budismo tiene razón, así como Schopenhauer y Lacan. Eso que andamos buscando (siéntanse en libertad de llamarlo como lo deseen) no nos va a completar. La existencia humana está atravesada por la falta. Es así. Siento sonar tan oscuro, pero sólo necesitan hacer un pequeño inventario de sus vidas y verán que es así. Ahora, esto no significa que debamos dejar de buscar. Es sólo que sería más inteligente reconocer que aún encontrando lo que según nosotros le daría total sentido a nuestra existencia, tendremos que seguir buscando, ya que semejante pregunta no se contesta consiguiendo algo (es más, algunos sabios más bien dirían que el sentido de la existencia se consigue despojándose de, perdiendo cosas, no acumulando).

Mi experiencia como terapeuta me enseña que muchas personas aseguran estar convencidos y convencidas de que eso que aún no se siente del todo bien, existencialmente hablando, se solucionará en el momento en que consigan pareja. No todos desean casarse, pero parece que prácticamente todos desean viajar acompañados.

Yo no entré hoy a alabar ni a criticar al matrimonio en tanto institución social. No estoy facultado para. Prefiero (apropiándome de una categoría del colega psicoanalista junguiano Murray Stein) reflexionar sobre el matrimonio, en sentido psicológico.

Hace un par de años escribí algo que considero importante revisar en este momento, el cual titulé “¿Padecés tu soltería? La psicología profunda sabe por qué“. Allí entenderán por qué el matrimonio psíquico interno es tan importante, como momento previo al matrimonio con algún otro ser humano (sea de otro o del mismo género). Entonces, partiendo de que ya leyeron eso, deseo proponerles un muy improvisado -y nada estético- gráfico:

Utilizar gráficos con el fin de explicar relaciones entre valores es también algo que tomo del Dr. Stein, aunque sus gráficos son -por mucho- mejor logrados que los míos.

En esta escena tenemos a 2 personajes, los cuales denoté con las letras minúsculas “a” y “b”. Pueden ser hombres o mujeres. Esta lógica funciona -creo yo- para comprender relaciones de pareja en general. Al encontrarse, se va a producir primero una reacción química (endocrina) que hará que estas 2 personas se sientan atraídas por la otra persona (no necesariamente igual de atraídas). Allí, lo he explicado hasta el cansancio, aún no podemos hablar de amor. En dicho momento, a lo sumo, está llevándose a cabo un proyecto de enamoramiento.

Conforme pasa el tiempo y si dicho vínculo se afianza, va a suceder algo que es mágico y peligroso a la vez: “a” empieza a confundir a “b” con “B”. ¿Quién es “B”? Pues ni más ni menos que el ideal de pareja que “a” anda cargando. No es una persona real, es una fantasía, una ficción. “Mágico”, ya que sentir eso es realmente una experiencia maravillosa. “Peligroso”, ya que esa persona no se dio cuenta que ya no está relacionándose con una persona real, sino con una que anda cargando en su mente. Con “b” puede que suceda lo mismo: confunde a “a” con “A”, creando una segunda “relación”, solo que esta con un contenido mental, no con una persona. Resultado probable de esta pareja de confundidos: decepción, frustración, apatía (gracias Schopenhauer), etc.

¿Se fijaron en el título de esto? Me inspiré en una frase del colega psicoanalista Donald Winnicott, quien aseguraba que “la buena madre es la que decepciona“. Parafraseándolo, sostengo que “el buen matrimonio es aquel en que ninguno confunde a su pareja con su ideal”. “A” no existe, nunca existirá, nunca existió. Igual pasa con “B”. Si “a” logra fomentar un vínculo sano y maduro con “b”, las posibilidades de que dicha relación llegue a buen término -casados o no- son altas (su duración será siempre incierta). Si “a” confunde a “b” con “B” y/o si “b” sueña con el momento en que “a” se convierta en “A”, ambos están invirtiendo en futuros sufrimientos.

Este tema es complejo y vasto, así que prometo volver a él, con la ayuda de nuevos autores y recursos.

Allan Fernández, Psicoanalista y Asesor Filosófico / Si queres sostener una consulta individual para profundizar en esto, podés contactarme a través de este enlace. También podés seguirme a través de Instagram, Facebook y/o suscribirte a mi boletín quincenal.

(Visitado 1.592 veces, 1 visitas hoy)

Dejar un comentario