El problema con el deseo

Tiempo estimado de lectura: 8 minuto(s)

Necesidades… satisfacción de las necesidades. Placer. Malestar. Una parte nuestra desea el equilibrio. La otra (en realidad son muchas más de dos partes) no quiere ceder ante aquello que promete un monto alto de placer. De la conciliación de esas dos tendencias, opuestas como -fácilmente- podrán notarlo, deviene el estado mental -y físico- de cada uno de nosotros. ¿Resultado final? Según el doctor Freud, padre del psicoanálisis: neurosis. Lo normal, para el autor en cuestión, es el desequilibrio. Vamos por la vida intentando balancear algo ya de por sí desbalanceado. En la cultura, el precio a pagar es alto, si es que deseamos ser parte de dicho sistema: incomodidad, molestia, desasosiego, desconcierto, desazón, disgusto (todas los anteriores, posibles traducciones del término alemán “unbehagen“, que fue el elegido por Freud).

El panorama, entonces, no pinta nada bien. Y por si fuera poco, no es sólo aquello que aún no alcanzo lo que me produce malestar. Es que, para colmo de males, mucho de esto que persigo ni siquiera es valioso por sí mismo. Nos enseñaron (en realidad tendría que decir nos “amaestraron”) a desear ciertos objetos, ciertos estados, ciertas metas, aparentemente “necesarias” (las comillas son muy importantes). ¿Ejemplos? Sobran. En todos encuentro un elemento presente: reconocimiento. Vamos por la vida buscando cosas que nos hagan sobresalir respecto al resto de homo sapiens circundantes. El placer al conseguirlos, da la impresión, se amplifica si los otros son notificados de mis triunfos. Nos volvimos todos exhibicionistas (y vouyeristas, ya que pasamos ingentes horas observando la vida de los otros, sean estos más o menos famosos).

La explicación freudiana de todo esto es algo sofisticada, pero podemos simplificarla, sólo para luego continuar con lo que realmente me trajo hoy acá. Nuestra psique (no se si utilizar el término “mente”, pero podemos hacerlo), es un sistema en constante tensión: una parte sólo quiere satisfacerse, otra nos obliga constantemente a responder a ciertos cánones previamente impuestos y la otra, la restante, incesantemente busca resolver este conflicto entre lo que se desea y el deber. “Ello”, “super-yo” y “yo”, serían los términos que Freud dio a cada una de dichas instancias. El “ello” es lo animal, lo arcaico, lo instintual -si quieren-. El super-yo es la censura, lo debido, el juez interno que todos llevamos dentro -ese que nunca nos absuelve-. El “yo”, la parte de nuestra psique que nunca podrá descansar, ya que el “ello” y el “super-yo” siempre van detrás de objetos -o situaciones- opuestas (a este sistema de comprensión psíquica podremos, en otro momento, dedicarle algo más de detalle).

Sabemos que en tanto seres vivos necesitamos de ciertos elementos básicos, gracias a los cuales asegurar nuestra subsistencia. Alimento, agua, aire respirable, techo, compañía y un par de ítems más. No son muchos, como podrán ver (Abraham Maslow intentó crear una escala, según próxima imagen). Cubiertos estos, aparentemente, el ser humano alcanzaría un estado de equilibrio suficiente. En biología le llaman a dicho nivel “homeostasis”. Este ser humano imaginario podría irse a dormir tranquilamente todas las noches, ya que sus necesidades habrán sido cubiertas.

Pero la cultura, al colocarse sobre lo natural (afectándolo y hasta podríamos decir aplastándolo), crea -y nos hace creer- toda una serie de “pseudo” necesidades, las cuales, lo habrán notado, alimentan a diario nuestras insatisfacciones. En tanto seres deseantes (y serlo implica que nunca nos encontramos enteros, completos, realizados), vamos por ahí anhelando aquello que, según nosotros, nos aportará un nivel de satisfacción existencial mayor. Para algunos mucho dinero. Para otros una pareja sentimental. Un grado académico, un automóvil cero kilómetros, 10000 seguidores en Instagram, 1% de grasa corporal, la postal que falta del álbum, conocer la India, nadar con delfines, la iluminación, una gerencia, una jubilación, dormir mejor, dormir bien, dormir, una beca, el último iPhone, ganar la lotería, divorciarse, etc. Creo que no necesitamos más ejemplos, ya que el punto que estoy intentando plantear es relativamente fácil de percibir: somos seres incompletos.

Pero la tragedia no termina allí. Si ustedes -y yo, ya que soy víctima de la misma programación social- tienen la mala suerte de conseguir lo que desean, notarán, tarde o temprano, sin importar qué tan eficientes sean sus mecanismos de defensa -en este caso, el de negación de la realidad-, algo realmente triste: el deseo insatisfecho, una vez enfrentado a aquello que se deseaba, se muda hacia otro objeto, no presente. Entiéndase: aquello que según nosotros colmaría nuestro deseo -y finalmente nos completaría-, no es más que un señuelo (tomo prestado esto del psicoanálisis francés), el cual sólo nos pone, cara a cara, con una terrible realidad: esto que conseguimos, tampoco era. Salimos de dicha escena deseando otras cosas y, tal parece que rápidamente olvidamos que aquello que el futuro nos deparará, tampoco será lo que andamos buscando.

Sí. No es muy halagüeño el porvenir. Pero estoy seguro que si realmente reflexionan sobre lo que hoy les comparto, tendrán que, al menos parcialmente, darle la razón a este razonamiento. Pero, esperen. No todo está perdido. Lo deseado no es sólo insatisfacción asegurada. Es también, en un extraño movimiento doble, la fuerza necesaria para continuar (posible definición de depresión: falta de deseo). Es porque deseamos alcanzar ciertos estados que, todas las mañanas (algunos más optimistas, otros no tanto), nos levantamos. El deseo es ausencia pero es también impulso.

El problema con el deseo, bien aseguraba el doctor Jacques Lacan, es que aquello que lo colmaría no existe. La expulsión del paraíso -apelando al mito judeocristiano- quizás es sólo una representación alegórica de algo que nos sucede a todos los Adanes y a todas las Evas, a saber: estamos obligados a continuar, a buscar, a seguir. Y es que, para bajarle un poco el tono tan oscuro a esta publicación, no me van ustedes a decir que no han disfrutado -al menos por unos instantes- aquellas cosas deseadas, una vez alcanzadas. Ese es el asunto: disfrute -placer- no es satisfacción -de las necesidades-, aunque el sistema quiera confundirlas y, de paso, confundirnos.

Alguno de ustedes, en este momento me dirige la siguiente pregunta: ¿y la imagen de la serie “Scenes from a Marriage” (producida por HBO) qué tiene que ver con todo esto? Bueno, si ya la vieron, estoy seguro que entenderán la relación. Si no la han visto, podría servir como un apoyo visual del problema con el deseo. En una relación humana, el deseo es siempre parte del problema y, algunas veces, parte de la solución, cuando se reconoce a cabalidad.

Que el mañana nos encuentre deseando, es mi DESEO para todos ustedes.

Allan Fernández, Máster en Psicología Clínica y Psicoanálisis / Si querés sostener una consulta individual para profundizar en esto, podés contactarme a través de este enlace. También podes seguirme a través de FacebookInstagram, y/o visitar mi blog personal. Ah, también podés suscribirte a mi boletín, en el que recibirás mis noticias con antelación.

(Visitado 523 veces, 1 visitas hoy)

Dejar un comentario