La soledad del amor a uno mismo

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Mucho se ha escrito sobre el concepto de amor a sí mismo. Los anaqueles de las librerías, principalmente en el departamento de “autoayuda” (y quizás hasta en el de “espiritualidad”) rebosan de textos al respecto. Una rápida visita a alguna venta de libros nos demostrará que a la gente lo de la autoestima les interesa mucho. Ahora, ¿será lo mismo? Estimarse, ¿será equivalente a amarse? Creo que no (al frenesí de la autoestima ya me referí: “Suficiente con lo de la autoestima”).

¿De dónde provendrá esta categoría? En realidad no lo se. En la facultad de psicología nunca lo escuché siquiera mencionar. En la escuela de filosofía, menos aún. Ninguno de los autores que he estudiado en estos últimos 25 años hace mención alguna, ni siquiera marginal. Lo más cercano, al menos psicoanalíticamente hablando, vendría siendo el concepto de narcisismo, sobre el que también escribí algunas líneas: “¿Sos algo narcisista?”.

Pero bueno, quizás no sea tan difícil de comprender. Se supone -correctamente, me parece- que amarse a sí mismo sería mejor que odiarse a sí mismo. El sentido común me indica que si siento aprecio por el que soy, es bastante probable que experimente sensaciones placenteras a la hora de lidiar conmigo (24/7 por el resto de la vida). No necesitamos poseer una inmensa sabiduría para concluir que el amor, en cualquiera de sus manifestaciones y hacia cualquiera de los objetos de nuestra realidad, nos hará más bien que mal. Hasta ahí, como decimos coloquialmente, “todo bien”.

Detengámonos un momento. Quiero mostrarles algo. Vamos a llevar a cabo un muy elemental ejercicio mental. Piensen por favor en un sujeto cualquiera (pueden ser ustedes mismos o cualquier otro). Ese sujeto cuenta con la capacidad de amar (eso esperamos). Entonces, eso que se ama, piénsenlo como un objeto. El sujeto ama el objeto. Ahora, el objeto amado es el sujeto mismo. Recuerden que pareciera que amarse a sí mismo es dirigir el amor hacia el punto del que surge. Somos sujeto -amante- y objeto -amado-. Es una especie de circuito (más parece un cortocircuito). Amarse a sí mismo es sufrir la transformación de sujeto a objeto y eso, espero que lo estén pensando, se vuelve un problema muy serio. Nos cosificamos… a nosotros mismos!!!

Sin embargo, las cosas no terminan ahí. En esta nueva pandemia de seres humanos obsesionados con lo del amor a sí mismo, surge otro problema: el de la soledad. Vivimos una época de seres solos que aparentemente se aman muchísimo a sí mismos, o al menos lo intentan. Solos pero amados… por ellos mismos. Solos.

Sobre la soledad se ha dicho prácticamente todo lo que pueda decirse. En el mismo anaquel de autoayuda estoy seguro que encontraremos una amplia variedad de textos sobre la importancia, sobre esa hermosa oportunidad que la soledad nos brinda de aprender a lidiar con nosotros mismos. Es que por alguna razón, luego de ingentes fracasos relacionales, algún nuevo “experto” “descubrió” que el problema -hoy en día- es el miedo a la soledad. ¡¡¡Vaya descubrimiento!!! ¿La fórmula ganadora?, según dichos expertos: fácil. Amar la soledad. Amarnos en soledad. Una vez más, convertirnos en objetos (si te interesa conocer mi opinión sobre la soledad en la actualidad, podés leer mi publicación titulada “La soledad no es para todos”).

Los anaqueles de psicología, muchas veces, no ofrecen mucho mejores títulos que los de autoayuda. Sus títulos prometen estados de satisfacción y completud que rayan en lo ridículo (sobre la “completud” ya escribiré en otra ocasión). Del rigor intelectual con el que tendríamos que proponer nuestras ideas, pasamos a una paleta de mantrams sin sentido, cada uno más fantasioso que el anterior. Retrocedimos a las épocas del pensamiento de las cavernas (no la de Platón). “Wishful Thinking” sería la categoría en inglés. Creer que al desear algo, mágicamente se materializará. Amarnos tanto pero tanto tanto, que estaremos conspirando para que ese otro amado aparezca. Dos por uno. Trabajamos el amor a nosotros mismos y como “plus” resolvemos el problema de la soledad.

El filósofo surcoreano Byung-Chul Han, escritor impresionante y tremendamente certero a la hora de leer lo que (nos) está pasando en la actualidad, publicó hace una década un textito pequeño pero muy profundo. Lo tituló “la agonía del eros”. En él, el doctor Han asegura que en una época de tanta promoción por lo individual (por el valor de cada uno en tanto individuo), los vínculos entre individuos tendrían que empezar a resquebrajarse. Todo aquel que se piense como un “yo”, es materialmente incapaz de pensarse como parte de un “nosotros”. Las relaciones -sean de pareja, amistosas, familiares, sociales, comunales, profesionales, etc.- requieren pensarnos como sujetos que se tienen que relacionar con otros sujetos. Sí. Lo leyeron bien. Una relación es una entre sujetos. Si yo tomo al otro como objeto, lo demerito, lo reduzco, le sustraigo valor. Pero si, además de esto, me tomo como ese objeto amado (el que proponen las ofertas de amarse a sí mismos), apostamos por una total e irremediable transformación en islas. Es que eso somos en la actualidad. Islas desconectadas. No era difícil vaticinar la sensación de soledad que tantos “disfrutan”… y secretamente temen.

Cualquier libro del Dr. Han es recomendable y altamente pertinente. Yo les recomiendo iniciar por su obra magna -hasta el momento-: “la sociedad del cansancio”.

Finalizo con un apunte bíblico. En el Nuevo Testamento de los cristianos, específicamente en uno de los escritos de sus evangelistas (Mateo, en esta ocasión), encontramos una enseñanza de su maestro: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt, 22: 39). Varios filósofos y pensadores (Sigmund Freud entre ellos) aseguran que esto es materialmente imposible. Yo no lo se. Lo que sí sé es que tanto fracaso en el ámbito de las relaciones interpersonales quizás denuncia una incapacidad de amar al otro en tanto otro. Aceptar que ese otro, el prójimo, el que está cerca (prójimo proviene del latín “proximus“), es también un sujeto. No un objeto de nuestra propiedad. Y nosotros, aunque los autores de moda así lo sostengan, más que amarnos mucho, tendríamos que empezar por aceptarnos. Aceptar-nos bien podría ser la piedra angular de toda una nueva serie de relaciones. Más sanas, menos neuróticas, más realistas, menos fantasiosas. Más humanas… menos infantiles.

Allan Fernández, Máster en Psicoanálisis / Si querés sostener una consulta individual para profundizar en esto, podés contactarme a través de este enlace. También podes seguirme a través de FacebookInstagram y/o visitar mi blog “No Soy Motivador”.

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